Vamos, te acompaño

… vamos, te acompaño,
ya no tienes esposo,
y tu hijo único ha muerto,
tu dolor te seguirá a todos lados,
llevas la soledad tatuada
en cada pliegue de tu vida…

… vamos, te acompaño,
no me animo a decirte yo:
“¡no llores más!”,
¿cómo consolar el desconsuelo?,
¿cómo parar esas lágrimas
que son tus únicos recuerdos?…

… vamos, te acompaño,
ni cerca ni lejos, sólo a tu lado;
¿acaso se puede entender
lo que es la muerte
sin mirarla de frente
y con ella, también, morir?…

… vamos, te acompaño,
¡pero alto!, Alguien se acerca;
¿quién es Éste que nos mira,
y que viene de la vereda de enfrente
envuelto en cantos
de alegría y de vida?…

… vamos, te acompaño,
regresemos a tu casa, a tu vida;
este Desconocido se animó a decirte
“¡no llores, más!”
y a tu hijo que estaba muerto
lo levantó a la Vida…

“… al verla, el Señor se conmovió
y le dijo: ‘¡no llores!’;
después se acercó
y tocó el féretro…”
(Lucas 7,13.14ª)

(… la “rosa sin por qué” acompaña con la gratuidad cada momento de la vida y lo impregna de sentido y alegría… con el Evangelio de hoy, San Lucas 7,11-17…)