Todo o nada

Todo o nada.
¿Es posible
una totalidad,
una radicalidad,
en la vida,
en la entrega,
en el seguimiento,
en el servicio,
que no sea
enajenar al sujeto
en un fanatismo irracional?

Todo o nada.
¿Es necesario?
¿No es mejor
algo intermedio,
que modere las pasiones
y dé lugar a los del medio
aunque queden mediocres?
¿O tal vez nada,
para no despertar tensiones,
y privilegie lo individual
aunque cultive indiferencia?

Pero aparece
el amor,
que no soporta
ambigüedades,
medias tintas,
más o menos.
Y es “todo o nada”.

Señor,
hiciste mi corazón,
para el amor,
¡qué bien está hecho
nuestro corazón
para amar!
Pero ahora comprendo
que no es “todo o nada”,
sino “todo y nada”.

El tiempo
con su lento roer,
y un vendaval repentino,
me dejaron sin nada.
En el fondo de la nada
descubrí el Todo
que sustentaba mi ser
como Él mismo,
desde Él mismo,
en Él mismo.

Desde el Todo
me llegó todo.
Al quedarme sin nada,
dejé la nada,
y se abrieron mis manos
para acogerlo todo
sin apresar nada.

El que es poco
va cargado de mucho,
y añade a su apellido
títulos y posesiones.
El que es mucho
necesita poco,
y añade a su ser
todo lo que regala.

¡Para iluminar
todos mis tiempos,
y todo mi ser,
bastó solo un instante,
todo y nada!

(… la #rosasinporqué es radical en cuanto a la gratuidad, por eso no fanatiza posiciones, sino que vive totalmente enamorada… con el Evangelio de hoy, San Mateo 10,34 – 11,1…)