… tesoro encontrado,
que escondido poseía
dentro de mi corazón,
y que al venderlo todo
me llenó de inmensa alegría…
… tesoro de la entrega,
a Dios y a los hermanos,
de la propia entera vida,
sin poner mezquina medida,
ni esperar una consoladora caricia…
… aprendí a rodear con la mano
el pabilo vacilante
y proteger su llama
del viento que arrastra
los fríos de la indiferencia…
… aprendí a consolar,
historia a historia,
las heridas del olvido
en las miradas torvas
de los poderosos de la tierra…
… aprendí a abrazar
las vidas solas
de niños y familias,
descartados en las calles
de los ambiciosos egoístas…
… aprendí a no gritar
reclamando justicia,
sino a sembrar sueños
compartiendo oportunidades
en el barro de cada vida…
… aprendí, Señor, a ver
en tus manos clavadas,
que permanecen abiertas,
el tesoro escondido,
el valor de la entrega vivida…
“… el Reino de los Cielos
se parece a un tesoro escondido en un campo;
un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder,
y lleno de alegría, vende todo lo que posee
y compra el campo…” (Mateo 13,44)
(… la “rosa sin por qué” encontró el tesoro de la vida y de la dicha en la gratuidad… con el Evangelio de hoy, San Mateo 13,44-46…)