“… tan cercano
¡y tan ausente!…”
… así, recuerdo,
me insinuaba
aquel niño,
aquel enfermo,
aquel hermano,
cuando al acercarme,
enseguida, lo dejaba…
… fuiste Tu, Señor,
que me enseñaste,
a vivir en presencia
sin distancias…
… es que tu ausencia
me acompaña fiel
y llena de Ti mis soledades…
… ¡la siento tan mía,
tan parte de mi alma,
que cuando me ahuyento
de mí mismo,
de Ti mismo,
siempre espera mi regreso
alojada en mis entrañas!…
… mi ausencia,
¿será, también,
tu ausencia?…
… ¡no me buscarías
si yo no te doliese
en algún lugar
de tu Costado!…
… ¿qué hueco
vas cavando
en mi misterio?…
… ¿qué tesoro
buscas encontrar en mí
para ofrecerme?…
… ¡hay tantos huérfanos
de ausencia tuya
en la abundancia!…
… ¡tu ausencia es mía
porque Tú me la regalas,
tiene mi nombre propio
y ya está en el centro
de mi vida
y de tu dicha!…
… fuiste Tu, Señor,
que me enseñaste,
a vivir en presencia
sin distancias…
“… ¿ustedes pretenden hacer ayunar
a los amigos del esposo
mientras él está con ellos?;
llegará el momento
en que el esposo les será quitado;
entonces tendrán que ayunar…” (Lucas 5,34-35)
(… la “rosa sin porqué” vive en presencia ininterrumpida gracias a la gratuidad… con el Evangelio de hoy, San Lucas 5,33-39…)