… sorprendido por una sonrisa,
descubrí detrás de los nubarrones y tormentas,
un sol de vida que nunca deja de iluminar…
… fue en una de mis primeras Navidades,
cuando me asomé, curioso, a un Belén,
no sé a qué, sólo recuerdo que lo hice sin fe…
… las imágenes, conocidas, nada me decían;
siempre las mismas, sacadas del olvido,
para alegrar por unos días a los niños…
… cerquita del Belén, una viejita,
sentada, con el rosario entre las manos,
le brillaban los ojos, pero más brillaba su sonrisa…
… ¿cómo hacía ella para irradiar esa alegría,
con tanta historia vivida y tatuada en su piel curtida,
con esa soledad asumida, ya viuda y con hijos idos?…
… no sé por qué, pero aquel Belén incoloro,
se tiñó de mil colores con la sonrisa de esa viejita,
y desde entonces amo los Belenes en aquellos que los miran…
… descubrí que no es una mueca ni una máscara,
sino una vida plena arrodillada ante el Niño recién nacido,
que se transparenta en el *“sacramento de la sonrisa”*…
… es la fe de los míos, sus lágrimas y sonrisas,
sus esperanzas a toda prueba, la sinceridad de sus caricias,
lo que le da fidelidad y firmeza a mi fe alicaída…
“… José, su esposo,
que era un hombre justo
y no quería denunciarla públicamente,
resolvió abandonarla en secreto…” (Mateo 1,19)
(… la “rosa sin por qué descubrió el sacramento de la sonrisa en la gratuidad de las obligaciones asumidas… con el Evangelio de hoy, San Mateo 1,18-24…)