Que el Silencio te cure de tantas palabras vacuas

… “caminante peregrino”, no te asusten las sendas del Silencio… éstas son al revés de lo que supones… los caminos del Silencio comportan siempre un retorno, volver a casa, a la Casa del Padre… ¡al secreto siempre más profundo del corazón!… no es hora de que hagas «fuerza», ni de que inventes «fervores»… es hora de paz y de coraje… de que atravieses de nuevo el dintel de la puerta que dejaras un día atrás y adentrarte allí mismo… ¿comporta esto un retroceso?… de ninguna manera…

… pequeño y buen amigo, pequeña y buena amiga, éste camino comporta nacer de nuevo, cada vez… dejar que el Verbo venga… ¡ven Señor Jesús!… o, quizá, cuando la Palabra llama a la puerta, ¡entrar ahora tu con Ella y en Ella!… si has juntado demasiados ladrillos, déjalos a un lado… simplemente levanta en tu alma los muros de tu Jardín… ¡es hermoso este Jardín!… ahora bien, que tus sentidos no se procuren muros de materiales, aunque parezcan muy protectores…

… tus sentidos han de disciplinarse y aplicarse, siempre de camino, al verdadero Jardín interior… cuando suenen esas lejanas trompetas, te dirás a ti mismo: “eso no es para mí, están muy lejos”… cuando algún grito cercano te desconcierte, dirás rápidamente: “Señor Jesús, ten piedad”… cuando un hermano te requiera, en el momento dirás: “¡aquí estoy!”… porque el Silencio y la Vida son Él… reposa en el Corazón de tu Señor, esa es tu casa… ese mismo, tu Silencio…

… entonces, ¡vamos!… ¡arriba!… ¡allí donde te encuentras ponte de pie y respira hondo!… con la “pequeña oración” de la mañana, y de cada momento, te estableces en el Corazón que tanto te ama… tu Señor vino a traer la Buena Noticia y a curar… no vino a darte un prospecto con instrucciones para construir no sé qué… deja que el Silencio se levante durante la jornada que inicias… ¡deja que te abrace!… ¡deja que te cure de tantas palabras vacuas!… desayuna y matea con la Verdad del “pan del día”, (Lucas 4,38-44: “… los curaba…”)…