… pincel de luna naciente,
paleta de estrellas incipientes,
bastidor colgado en el horizonte…
… ¿qué rostro, qué silueta, qué imagen,
de los ojos, por las manos, al corazón?…
… aquella tarde inolvidable,
aprendí el significado de la vida…
… revelaste con tu presencia
un universo inédito, insospechado,
totalmente desconocido para mí…
… fue un instante,
apenas lo que dura un suspiro…
… fue tan delicado,
apenas el toque de una brisa…
… fue tan intenso, ¡imposible olvidarlo!…
… ¿olvidar esa mirada?,
¿olvidar esa sonrisa?,
¿olvidar esa fragancia?…
… si desde entonces,
¡eres presencia amada!…
… desde aquella tarde inolvidable,
supe que mi corazón latía en otro,
que mis sueños eran de otro,
que no era mi vida, ¡sino la tuya!,
amado, amada…
… quise saber tu nombre,
queriendo, así, no sé qué dominio…
… quise saber tu edad,
anhelando acortar las distancias…
… ¡inútil ardid de enamorado!…
… pasaron los años,
muchos días, tantas noches,
… pincel de luna naciente,
aún temblando entre mis manos…
… esa tarde, esta tarde, todas las tardes…
… vivir enamorado
es evitar pedir un signo…
… es confiar tanto que alcanza
con tomase de la mano
y caminar juntos para el mismo lado…
“… ¿por qué piden un signo?…” (Marcos 8,12b)
(… la “rosa sin porqué” vive enamorada todos los días y la gratuidad le evita reclamar un signo… con el Evangelio de hoy, San Marcos 8,11-13…)