Nada tenías y no veías nada, mendigo y ciego

… nada tenías y no veías nada, mendigo y ciego… al borde del camino esperabas que pase el tiempo… no conocías la luz del día, ni la oscuridad de la noche… no sabías del efecto de una mirada tierna, ni de una sonrisa sincera… escuchaste que alguien se acercaba, ignorabas su rostro y silueta… suponías que era al que llamaban “Maestro”, y ¡gritaste!… gritaste como mendigo y ciego, que nada tenías y nada veías… te dijeron que te callaras, ¿acaso no saben lo que es sobrevivir en los bordes de la existencia?… y gritaste más fuerte: “¡ten piedad de mí!, ¡ten piedad de mi!”… te sorprendiste que te llamara, a ti que eras mendigo y ciego… después de un tiempo te enteraste, que un joven rico y que bien veía, el Señor, que era aquel Maestro, le había dicho “sólo te falta una cosa”, y que triste se había ido ¡como si tal cosa!… tú, por tu lado, dejaste el manto y lo has seguido a Él por todos lados… y si ahora de otra manera ves las cosas y las personas, aunque sigas siendo ciego… no te importa eso de mendigo, es que ¡nada quieres ya que todo ahora lo tienes!… la #rosasinporqué ve aunque no tenga ojos, la gratuidad le da una visión agradecida de y en todo… ¿eres ciego y mendigo y aún no te has encontrado con el Señor?, ¿qué quieres ver y que quieres poseer que te impide ver y ser?… (con el Evangelio de hoy, San Lucas 18,35-43)…