Momento decisivo,
imprevisto, pero esperado,
que a todos nos llega:
el modo de enfrentar las cosas,
la opción por la que optamos,
¡hacernos cargo de lo que vivimos!
Unos se lamentan:
“¡tengo que hacer esto!”;
otros se resignan:
“¡no queda otra!”;
algunos lo aceptan:
“¡es lo que te toca!”.
Pero hay otros
que ese momento,
y los siguientes,
lo llevan al corazón,
y desde ahí, amando,
se lo cargan a los hombros.
Irrumpe la generosidad,
gestada por la gratuidad,
perfumada de serenidad:
lo pesado se vuelve liviano,
lo ingrato se agradece,
amanece la responsabilidad.
Buscamos la alegría,
¡la necesitamos!;
una es la alegría codiciada,
pasajera, que llevamos;
y la otra es la alegría regalada,
eterna, que nos lleva.
“… ¡feliz de ti por haber creído
que se cumplirá lo que te fue anunciado
de parte del Señor!…” (Lucas 1,45)
(… la “rosa sin porqué” es feliz por haber optado por la gratuidad… con el Evangelio de hoy, San Lucas 1,39-45…)