Miradas atentas

… miradas atentas,
corazones latiendo,
con cada hijo una estrella…

-“Mira, José,
¡cómo duerme Dios!”.

-“Si mi vida, si mi amor,
¡no hay que despertarlo!”.

… ante los ojos de José,
este Niño a él atribuido,
es el Niño de lo extraño…
… Niño que todo el mundo,
a su alrededor, le atribuirá…
… Niño que le ha dado María,
Niño que le ha confiado el Supremo…
… pero un Niño incomprensible,
Mesías envuelto en pañales…
… ¿cuál es la realeza
que comienza tan pobremente?…
… Hijo de Dios para quien José
no ha encontrado ningún palacio donde nacer…

… José entra en un proceso de redescubrimiento
que lo va a llevar lejos, mucho más lejos,
de lo que él hubiera imaginado…
… sin saberlo,
toma prestados los gestos
de todos los padres del mundo…
… procede con la misma ingenuidad,
se asombra con las mismas rarezas,
se conmueve por las mismas fragilidades…

… José cree,
con la misma tontería de todos los hombres,
que ser padre es dar su sangre
con la esperanza de descubrirse
en el fruto de sus amores…

… José aprenderá, y se sorprenderá,
que todos los padres de sangre
se encuentran tan despojados como él frente a sus hijos…
… que no se convierten en padres en el nacimiento,
sino con la sola condición de que posteriormente
lo decidan y hagan del niño,
de cualquier niño que les sea dado,
verdaderamente su hijo…

… José se sorprendería
si pudiera medir cuánto
es agradablemente desplazado
este orgullo masculino,
y hasta qué punto ser padre
no es algo que se decide un buen día,
sino en el transcurso de toda la vida,
a medida que el niño crece y madura…

-“José, mi amor,
¿te pasa algo?,
¿en qué estás pensando?”.

-“Ay, mi vida,
… ¡sigo soñando!…”

(… la “rosa sin porqué” aprende sobre la gratuidad de María y de José… seguimos en el Pesebre…)