Soñador laborioso, tu concentración al trabajo no era avidez por los resultados, sino pasión por el servicio; tu silencio no era vacío interior, sino plenitud de contemplación ante el Misterio de tu Encarnación; tu disponibilidad ante cualquier necesidad imprevista no era desprecio de la tarea propia, sino aprecio a los requerimientos del otro; tu paciencia no era ineptitud para tomar decisiones, sino consideración atenta a los tiempos de los demás; tu delicadeza no era narcisista complacencia, sino respeto a la rugosidad de la madera y a las asperezas de las personas; tu orden no era obsesión por la pulcritud, sino pulcritud en el obrar; tu disciplina no era mecánica rutina, sino observancia a las leyes de la creación; tu alegría no era diversión exterior, sino unidad y plenitud de vida interior. Que aprenda de ti en mi trabajo cotidiano.
Amén.