Me llevaste al desierto

… me llevaste al desierto, a la más cruda intemperie,
donde quedó expuesta mi vulnerabilidad maquillada,
donde las fieras de adentro y de afuera me acosaban,
donde, al límite de mis fuerzas, volví a tener hambre y sed…

… me llevaste al desierto, para hablarme al corazón,
porque aturdido por excesos consentidos,
porque cegado por luces artificiales,
me había alejado del amor primero que me enamoró…

… me llevaste al desierto,
Dios de las alianzas,
Amigo de los encuentros,
por senderos de amor y de ternura…

… me llevaste al desierto,
¡aquí estoy con mi desnudez expuesta!,
¡aquí estoy como un niño que nada puede!,
¡aquí estoy como un mendigo al borde del camino!…

“… el Espíritu llevó a Jesús al desierto,
donde fue tentado por Satanás
durante cuarenta días;
vivía entre las fieras,
y los ángeles lo servían…” (Marcos 1,12-13)

(… la “rosa sin por qué” es llevada al desierto para poder vivir plenamente de la gratuidad… con el Evangelio de ayer, San Marcos 1,12-15…)