… me animo, al fin, a reconocer mi indigencia… me atrevo, ahora, a dejar atrás mi pretendida suficiencia de tener respuesta a todo… intentaré hoy, ¿podré mañana?, ¿querré después?, lo que nunca intente por miedo o por vergüenza o por soberbia… y es que de mi te apiades, Señor de la vida y de toda clemencia… ¡apiádate de mi ceguera!… mira que no miro, ni siento, ni abrazo, ni escucho, ni gusto, ni ando… mis brazos no son alas para iniciar el vuelo, sino enredaderas que asfixian, medusas que envenenan… mis ojos no son espejos para verte y para ver a mis hermanos, sino anzuelos que seducen, hielos que congelan… mi boca no es manantial donde brota el agua fresca, sino rancio panal de hiel, un arco con sus flechas… mi oído no es ventana abierta a la vida, sino bandeja ante el halago, candado ante la queja… mi olfato no es jardín para acoger todas las flores, sino filtro que excluye, un espía que sospecha… ¡apiádate de mis sentidos insensibles, cerrados, empachados, atrofiados!… pusiste la fina y suave piel como orilla de mis límites y entonces sintiera, no cuero para defenderme ni carne viva para exponerme… ¡apiádate de mí, Señor, que ande, que sienta, que abrace, que escuche, que guste, que vea!… la #rosasinporqué afina todas las mañana sus sentidos, así desde la gratuidad es capaz de comprender y acompañar… ¿están tus sentidos externos e internos embotados y saturados?, ¿quieres ver?… (con el Evangelio de hoy, San Mateo 9,27-31)…