Me acerco, temblando

Me acerco,
temblando,
con mi historia
impresa en la piel.
Leproso,
Excluido.

Me acerco,
desafiando
las costumbres
y mi ego.
Impuro.
Aislado.

Me acerco,
y me preguntas
no si quiero curarme,
sino si quiero purificarme.
Volver a la comunión con Dios.
Volver a la comunidad.

Tú siempre nos sorprendes,
y nos esperas
para comenzar de nuevo,
cuando dejamos sin terminar
una palabra insegura,
un abrazo esquivo,
un sueño imposible.

Tú siempre no buscas,
sales a nuestro encuentro,
cuando nos perdemos
en los laberintos
del propio corazón
de las noches sin mañanas,
insensibles al afuera.

Calas hondo,
miras a los ojos,
sanas el corazón
antes que la piel.

Detienes el curso,
rebelde y caprichoso,
del río joven,
con un dique,
con una helada,
con un desierto.

¡Tú siempre nos sorprendes,
nos esperas, nos buscas,
para empezar de nuevo!

¡Quiero!

(… la “rosa sin porqué” desea la purificación de la gratuidad para vivir en comunión con Dios y con los demás… con el Evangelio de hoy, San Mateo, 8,1-5)