La Palabra

La Palabra
se había hecho “larga”
a lo largo de la historia.
El Verbo del Padre
permanecía en eterno Silencio.
La Salvación prometida,
anunciada y esperada,
no llegaba.

Muchos niños solos.
Muchos jóvenes solos.
Muchos abuelos solos.
Muchas mujeres y hombres solos.
Ausencia de familia.
Carencia de comunidad.
Soledad.

“¡No tardes más, Señor!”

“¡Que se abran los cielos
y lluevan al Salvador!”

“¡Ven, Señor Jesús!”

“¡El Verbo se hizo carne
y habitó entre nosotros!”

La Palabra se abrevió
y comenzó a sollozar.
En el establo de Belén
el Cielo y la tierra se tocan.
El Cielo vino a la tierra.
Dios, ahora,
necesita de pañales.

El cielo no pertenece
a la geografía del espacio,
sino a la geografía del corazón.
Y el corazón de Dios,
en la Noche santa,
ha descendido hasta un establo:
la humildad de Dios es el Cielo.
Y si salimos
al encuentro de esta humildad,
entonces tocamos el Cielo.

“¡Vayamos a Belén
y veamos lo que ha sucedido!”

Ésta es la novedad
de esta noche:
se puede mirar la Palabra,
pues la Palabra se ha abreviado,
se ha hecho carne.

Pongámonos en camino,
en esta Noche santa,
hacia el Niño en el establo.
Toquemos la humildad de Dios,
el corazón de Dios.
Entonces su alegría nos alcanzará
y hará más luminoso el mundo.

(… “la “rosa sin porqué” hoy va a Belén… con los Evangelios de hoy y de mañana, San Mateo 1,1-25; San Lucas 2,1-14; San Lucas 2,15-20; San Juan 1,1-18…)