… huye de la mediocridad, como si te quemara su sombra… huye de los brazos que no abrazan, de los ojos que no miran, del corazón que no ama… huye de poemas sin belleza, de dogmas sin crítica y de la crítica con caretas, de la academia sin sangre y de la sangre sin sapiencia… huye de quien canta un salmo igual que un gol, de quien canta un gol igual que un parto… huye de los ecos, de los reflejos, de los “fuimos”, de los “habíamos”, de los “hubiéramos”, de los “habríamos sido”… huye de quien tiene más camino en la lengua que en la suela, más cicatriz en papel que en la piel, más currículum que vida de capa y espada… huye de quien se busca y de quien se pierde por seguirse y por seguir a quien se pierde… huye del loco deslunado, del águila sin sol, del poeta sin poema, del monje sin hábito, del rey sin corona, de la mona sin seda… huye de quien teme al amor, de quien avergüenza al amor, de quien se burla del amor… huye para no quedarte quieto, para crecer y no estancarte, para no ser pestilente y traicionar al tiempo achicando territorio hasta quedar sólo en tu efímero “yo”, chiquito, nimio, estático y colapsado como una bici sin pedales… huye para ver con otros ojos, para ensanchar el mundo… huye como si te quemara tu sombra… la #rosasinporqué huye de la mezquindad que ciega, desfigura, envenena y mata… ¿te quedas enredado y ciego en la vulgaridad que te rodea?, ¿dejas que la gratuidad te abra los ojos para contemplar las cosas como son y no como tú quieres que sean?… (con el Evangelio de hoy, San Lucas 18,35-43)…