Fiesta de la Ascensión del Señor

Tú que asciendes entre aclamaciones
descendiste con desprecios y olvidos,
y, al encontrarte con el hombre caído,
lo levantaste elevándolo a lo más alto,
a tu Costado abierto, Hogar del Amor divino.

Sólo puede ascender el que ha descendido,
sólo puede amar bien el que ha sido bien amado,
sólo puede darlo todo el que ha todo recibido,
sólo puede perdonar el que ha sido perdonado,
sólo puede levantarse otra vez el que otra vez ha caído.

Déjame, entonces, que me deje de tu mirada mirar
y, al tomar tu mano, esa tendida y amiga,
te acerque a los míos a esa Puerta abierta
de tu Corazón ardiente, herido y expuesto,
y, así, encuentren un lugar donde habitar Contigo.

¡Señor de los huérfanos y desamparados!,
el silencio contemplativo es mi mejor palabra,
y en él caben las lágrimas y los gemidos,
de tantos que no tienen dónde habitar,
¡que no queden en la intemperie del olvido!

“… ‘¡vayan!,
y hagan que todos los pueblos
sean mis discípulos’…”
(Mateo 28,19ª)

(… la “rosa sin por qué” extiende su mano a todos los caídos y, gratuitamente, los levanta… con el Evangelio de hoy, San Mateo 28,16-20…)