Escucho el murmullo

Escucho el murmullo
de unos pasos
acariciando el dintel
de mi pobre rancho,
tan distante de todo,
porque vivimos
en la montaña.

Una fragancia de azucenas
misteriosamente me abraza:
no es posible que aquí,
a estas alturas tan lejanas,
se perciba tan penetrante
lo que allá en los valles
por todos lados abunda.

Mi vejez se alegra,
mis años en soledad
están ahora habitados,
la dura esterilidad
quedó transformada
por la oración que atrae
al Dios de los imposibles.

Tu visita, María,
hace que la vida
se ponga a bailar,
llenando de esperanza
a nuestra familia.
Zacarías no lo podía creer,
pero ya se pondrá a cantar.

¡Tu felicidad es ahora mía!,
tu visita me confirma
que el inaccesible Altísimo
se hace cercano en el Bajísimo,
que ya se acuna en tus entrañas.
¡Feliz, María, por haber creído
lo que nadie se animaba a aceptar!

¿Quién soy yo
para que vengas
a visitarme?

Isabel, prima amiga,
tan solo di un “si”,
sin peros ni reservas,
al Amor que me visitó.
Soy aún muy niña, casi nada,
fue el Todocariñoso quien obró
en la pequeñez de esta esclava.

(… pasaron los años,
entre servicios y alabanzas…)

Por aquí, mi Amada,
ésta es tu Casa,
la tengo toda arreglada,
como aquella de Nazareth,
¡verás que no falta nada!

Mi amado, José,
siempre tan atento y servicial.
Volvamos a hablar con las miradas
como aquel día que te conté
de un “si” sin decirte nada

(… la “rosasinporqué” participa agradecida de las elevadas miradas de la gratuidad… con el Evangelio de hoy, San Lucas 1,39-56…)