Digo que no puedo

Digo que no puedo,
pero la verdad es que
no quiero.

No puedo olvidar.
La ofensa recibida,
sigue ahí clavada.
El daño que me hicieron,
se agranda día a día.
Para peor, “ese”, “esa”,
sigue como si tal cosa,
cuando no disfruta
veme sufrir y penar;
cuando no, indiferente,
me ve pasar.

No puedo olvidar.
Como un niño
rasco la herida,
haciéndola más profunda.
No quiero explicaciones.
Todo son excusas.
Ya perdonar “siete veces”
era demasiado, excesivo.
Una vez y ¡basta!,
que, si vuelven a dañar,
¡que los perdone Dios!… yo, ¡no!

Digo que no puedo,
pero la verdad es que
no quiero.

“Se adelantó Pedro y le dijo:
‘Señor, ¿cuántas veces tendré
que perdonar a mi hermano
las ofensas que me haga?
¿Hasta siete veces?’”
“Jesús le respondió:
‘no te digo hasta siete veces,
sino hasta setenta veces siete’”
(San Mateo 18,21-22)

El perdón
no es cuestión de poder
sino de querer;
no es cuestión de justicia,
siempre necesaria,
pero insuficiente.
El perdón
es cuestión de amor,
de misericordia,
de compasión,
de corazón.

Que olvidar la ofensa,
no es dejar de recordar,
sino permitir que cicatrice
la herida infligida,
¡que no quede abierta!
Cicatrices sin cirugía
quedan en el alma,
no como recuerdo
de lo que aconteció,
sino como memoria
de que se amó y compartió.

“Señor,
¡quiero, pero no puedo!
¡Que experimente Tu perdón
para que sepa perdonar!”

Amigo, amiga,
¿probaste perdonar?

(… la #rosasinporqué aprendió a perdonar de corazón gracias a la gratuidad… con el Evangelio de hoy, San Mateo 18,21 – 19,1…)