… es hora de amanecer… resuena ya la aurora con armonías seculares, siempre nuevas, que no puedes describir… descubres en el horizonte, en las montañas, en el mar, «algo» del secreto de la hondura interior… el horizonte, que parece lejano, es un «reflejo» del corazón y de la interioridad… la realidad exterior, sobre todo la «naturaleza», está ahí para enseñarte a leer… ¡ah, la pequeña semilla!… ¡la pequeña semilla es «enorme»!… basta una mirada serena para darte cuenta de su asombrosa potencialidad… la semilla debe aceptar el tiempo de la tierra, así como la esperanza el de lo que se le oculta… la tierra es el tiempo del trabajo interior… es el tiempo de aceptar no ver lo que ocurre y aferrarte a la certeza de que la vida nunca deja de ocurrir, porque Dios nunca deja de obrar… es el tiempo de aceptar la pasión que se desata dentro tuyo al padecer la violencia de tener que ajustarte al ritmo de las cosas… es el tiempo de padecer el choque de tus sentidos contra el muro de lo que aparece… en la oscuridad de la tierra, lo primero que hace el grano es morir abriéndose a su nueva situación, sacando de sí su deseo más profundo de vivir… la “rosa sin porqué” no reniega de la oscuridad de la tierra, de ella saca su posibilidad de vivir… ¿aceptas los oscuros tiempos bajo tierra o, impaciente, impides que tu vida nazca nueva?, ¿eres un impaciente crónico en los momentos de prueba?… (con el Evangelio de hoy, San Juan 12,24-26)…