Encerrado,
sin llaves ni rejas.
No escucho, no hablo.
Sordo y mudo.
Aturdido,
no escucho.
No puedo escuchar.
Sordo y solo.
Ensimismado,
no escucho.
No quiero escuchar.
Sordo y aislado.
Empecinado,
no escucho.
No me interesa escuchar.
Sordo y auto marginado.
Falso,
hago que no escucho.
Me burla del escuchar.
Sordo y auto excluido.
Callado,
no tengo palabras.
No puedo hablar.
Mudo y solo.
Huidizo,
no tengo palabras.
No quiero hablar.
Mudo y aislado.
Hinchado,
no tengo palabras.
No me interesa hablar.
Mudo y auto marginado.
Mentiroso,
Juego con las palabras.
Me burlo del hablar.
Mudo y auto excluido.
Sordo y mudo,
también,
por el sistema,
por el ambiente.
“… le presentaron (a Jesús) un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: «Efatá», que significa: «Abrete». Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente…” (San Marcos 7,32-35)
“Señor,
llévame aparte,
acaricia mis soledades,
mis sorderas y mudeces.
¡Ábreme!, no me dejes encerrado.
Amén”
(… la “rosa sin porqué” aprendió a escuchar y a encontrar palabras significativas gracias a la gratuidad… con el Evangelio de hoy, San Marcos 7,31-37…)