… “caminante peregrino”, ¿te diste cuenta que la aurora, para el que camina orando, es a cada instante?… así pues, ¡es hora de amanecer!… resuena la aurora con nuevas armonías que nadie te podrá describir… el horizonte, que parecía lejano, es un «reflejo» de tu corazón y de tu interioridad… la realidad que ves, la naturaleza aquella en suma, está ahí para enseñarte a leer… la pequeña semilla es enorme… basta una mirada serena para darte cuenta de su asombrosa potencialidad…
… pequeño y buen amigo, pequeña y buena amiga, allí anida esa belleza inexplicable, insospechada siempre… pequeña llama… ¡tantas veces encendida y animada!… ¡renacida!… siempre más honda… desde donde te encuentras y en donde te encuentras todo lo alcanzas… de lo pequeño a lo máximo, de la nada al todo… el todo también lo hallas en la parte… ¿no descubres la dicha y la sonrisa del fragmento, que se goza en su pura pequeñez?…
… también donde te encuentras, por fidelidad, decir puedes que «no»… es posible siempre desprenderte de lo que no es… aunque te duela y experimentes nueva soledad… aunque arriesgues lo que arriesgues… ¿crees que los ruidos y las cacofonías de este mundo pueden ahogar los encantos del alma y del espíritu?… permanece en la altura dichosa de esa montaña que es tu corazón… carece de límites: su cima es el Cielo… porque tu vocación es el Cielo…
… entonces, ¡vamos!… ¡arriba!… ¡allí donde te encuentras ponte de pie y respira hondo!… con la “pequeña oración” de la mañana, y de cada momento, permites que lo niño sea el ámbito de tu caminar orante… aléjate de los escenarios de ciencia ficción que buscan lo espectacular… permanece con fidelidad enamorada dónde está tu vocación y eres… en lo cotidiano insignificante sé parábola viviente del Reino de los Cielos… desayuna y matea con la Verdad del “pan del día”, (Mateo 13,31-35: “… no les hablaba sin parábolas… ”)…