… ¿dónde estás, hijo tan amado?,
¿muerto, perdido o extraviado?…
… ¿dónde te fuiste o te escondiste
y me dejaste vacío y con gemido?…
… te busco en “el afuera”,
de aquel día que te fuiste…
… te busco en “el adentro”,
en el que nunca te encontraste…
… ¿dónde estás, hijo tan amado?,
… oteo el horizonte,
te busco por los cuartos…
… ¿dónde, hijo?, ¿dónde?…
… ¿qué es de tu vida,
esa que con la herencia tenida,
pretendías libertad libertina?…
… ¿dónde estás, hijo tan amado?…
… ¿qué es de tu vida,
esa no vivida y resentida,
más esclavo que hijo o hija?…
… ¿dónde estás, hijo tan amado?…
… sabré esperarte, saldré a buscarte…
… un día, mil días, ¡toda la vida!…
… ¡regresa!, mis brazos te esperan…
… ¡entra!, la mesa está puesta…
… la miseria y el hambre
te regresaron a casa…
… pero no preguntaste por tu hermano,
ni te interesó como yo estaba…
… el rencor y la envidia
te alejaron de la casa…
… despechado y endurecido,
ya no llamas hermano a tu hermano…
… yo tenía dos hijos,
y siguen siendo hijos míos…
… la fidelidad en la paternidad
es esperar y salir a buscar…
“… pero el padre le dijo:
‘hijo mío, tú estás siempre conmigo,
y todo lo mío es tuyo…
… es justo que haya fiesta y alegría,
porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida,
estaba perdido y ha sido encontrado…” (Lucas 15,31-32)
(… la “rosa sin porqué” aprendió del padre misericordioso a esperar y a buscar y a ser fiel en la gratuidad… con el Evangelio de ayer, San Lucas 1-3.11-32…)