… llegar, y no pasar el umbral,
¡sin buscar en el interior la mesa
que grita que no soy huérfano
habiendo despreciado la casa paterna!…
… llegar, y bajar la mirada,
¡como si tanta distancia,
vestido de nada y harapos,
hicieran alguna diferencia!…
… llegar, vacío y sin nada,
¡habiendo tenido la herencia,
despreciar y despilfarrar el amor,
creyéndome dueño de la tierra!…
… llegar, y quedarme afuera,
¡y no saber que me esperas
en el adentro de un abrazo,
lleno de alegría y fiesta!…
“… el publicano, manteniéndose a distancia,
no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo,
sino que se golpeaba el pecho, diciendo:
‘¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!’…” (Lucas 18,13)
(… la “rosa sin porqué” valora la humildad de quien regresa arrepentido y se encuentra con la gratuidad que lo espera… con el Evangelio de hoy, San Lucas 18,9-14, preparando el Evangelio de mañana, San Lucas 15,1-3.11-32…)