¡Dios! Me escondía

¡Dios!
Me escondía,
y me buscabas.
Te buscaba,
y te escondías.

¡Señor!
Hasta que un día
te cruce por el Camino,
y con sólo verte
me entusiasmé.
¡Seductor!
“¡Te seguiré!”,
te propuse
y me obligué,
sin pensarlo demasiado.

¡Maestro!
Me advertiste
que no tenías
rancho ni cama,
pero no me importó.
¡Amigo!
Me miraste al corazón
y me dijiste “¡sígueme!”,
pero no dejaste
ninguna dirección.

¡Iglesia!
Hoy comprendo
que habitas
en cada hermano,
y en mi propio interior.
¡Misión!
Para encontrarte
hay que entrar saliendo;
y para seguirte
hay que salir entrando.

¡Oración!
Entrar saliendo,
sin el intimismo narcisista
de los espejismos del yo,
sino en la sencilla oración.
¡Servicio!
Salir entrando
sin el activismo desenfrenado
de la vanidosa autosuficiencia,
sino en el servicio silencioso.

¡Eucaristía!
Encontrarte
es seguirte.
Seguirte
es encontrarme.

(… la #rosasinporqué se encontró con la gratuidad y la siguió… con el Evangelio de hoy, San Mateo 8,18-22)…