… el desierto, el mar, los paisajes ricos en horizontes infinitos, te circundan en la realidad más honda, porque todos ellos te dicen algo de la interioridad que no tiene confines… pero cuando el asalto de ambientes y situaciones, cuando la angustia de “esos” días se hace patente, entonces te parece perder la dimensión vital y caer en ese subsuelo que te aplasta y te ahoga… entonces levantas tu mirada a lo alto, aguardando la benevolencia de Dios, su compasión, su ayuda, para salir del apretujón, para proteger tu salud y tu vida… y, ¿qué ocurre?: es frecuente que Dios calle y tu lamentes su “ausencia”, es frecuente que busques explicaciones de cualquier índole, con tal de superar tu impotencia… en definitiva no encuentras alivio, el alivio que suponías tan fácil para “quien todo lo puede”… es que te vuelves a “un” Dios “enojado” y “mediado”, lejano en definitiva, a través de la “mirada” y los “rostros” de “otros”, seguramente munidos de los poderes y estilos de este mundo… “autoridades” que pretenden identificarse con lo divino y cerrarte las puertas de la paz… ¡deja de lado a esos mandones, aunque vistan de lujo, de púrpura o empuñen bastones insospechados!… ve a Dios directamente y descubre su inimaginable intimidad que es “paternidad”… la “rosa sin porqué” no teme las tormentas porque vive sólo de la gratuidad… ¿cómo enfrentas las inevitables contrariedades o las incomprensibles persecuciones?, ¿es tu mirada la de un hijo confiado o la de un esclavo temeroso?… (con el Evangelio de hoy, San Lucas 11,47-54)...