… debería ser fácil convertirme,
dejar que Dios sea Dios en mi vida,
dejarme invadir por la Luz,
dejarme abrazar por el Bien,
dejarme conquistar por la Verdad,
¡sólo tengo que seguirte, Señor!…
… pero, ¿por qué este interés
en mantenerme constante
en mis errores y tinieblas?;
¿por qué permitirme
todo lo que quiero,
incluso la virtud, tantas veces,
en vista a que “persevere”
endureciendo el corazón?…
… ¿por qué tener mi propia religión
y no aceptar y vivir sin más tu Evangelio?;
¿por qué escribir mis propios mandamientos
y no rendirme a los Tuyos, Señor?…
… ¡dame encontrarme con Tu mirada,
con Tu palabra y presencia,
como un niño que no sabe nada
y que siente que sus esfuerzos
son impotentes para abrirle los ojos!…
… no es entender,
no es encontrar razones,
no es contar con argumentos,
no son “ideas claras y distintas”,
no es una voluntad de hierro,
no es no caer ni cometer errores,
no es una conducta intachable,
¡es humildemente seguirte, Señor!…
“… ‘el que quiera venir detrás de mí,
que renuncie a sí mismo,
que cargue con su cruz cada día
y me siga’…” (Lucas 9,23)
(… la “rosa sin por qué” sigue humilde y alegremente a la gratuidad y es inmensamente feliz… con el Evangelio de hoy, San Lucas 9,22-25…)