Creo en Ti,
Señor
de las raíces
que alimentan mi estatura,
y de los frutos
donde brilla Tu fantasía,
del fundamento
donde se estabiliza mi vida,
y de mis alturas
donde crecen Tus afanes,
de la interioridad
que configura mi rostro,
y de mi exterioridad
que te acerca a los sentidos,
de lo germinal
donde se gesta mi futuro,
y de la cosecha
que genera nuevas siembras,
del dolor
que quema mi inconsistencia,
y de la alegría
donde ríe Tu dicha con nosotros,
de la noche
donde se recrea mi mañana,
y del día
radiante de colores y miradas,
del no saber
que hospeda mi novedad,
y del saber
con tu sabor en la garganta,
del afuera
que siempre mi incluye,
y del adentro
que aroma mi hogar,
de la diferencia
que ensancha mi vida,
y de la semejanza
anuncio de comuniones inefables,
del límite
donde comulgo Contigo,
y del abrazo
abierto a todas las espaldas,
de la ceniza
memoria de mi entrega,
y del fuego
que ilumina los instantes.
¡Creo en Ti, Señor,
humildad escondida,
dentro infinito
de todo sacramento,
abrazo callado
de mi devenir!
¡Creo en Ti, Señor,
en tu humilde epifanía,
en la brevedad de mi carne,
rostro visible de tu cercanía,
ahora inabarcable
de Tu misterio transparente!
(… la “rosa sin porqué” realiza todos los días su profesión de fe para que de la abundancia de la gratuidad broten sus pimpollos… con el Evangelio de hoy, San Lucas 6,43-49…)