Cansados

Cansados.
Más aún,
fatigados.
Pero alegres,
sí, ¡alegres!
Buen resultado,
¡nos aplaudieron!

Cumplimos
la misión.
De dos en dos,
llegamos a la gente.
Predicamos y sanamos.
Nos fue muy bien,
¡nos aplaudieron!

Ni tiempo
para comer.
Charlas, reuniones,
conferencias,
hasta selfies.
Nos fue muy bien,
¡nos aplaudieron!

“¿Qué pasa, Señor?,
¿no nos prestas
atención?
¿Que nos llevas
a un lugar desierto?,
¿para qué?
¡Si nos fue muy bien!

“¿Quieres
que descansemos?,
¿o te preocupa
otra cosa?
¡Mira!,
¡la gente
viene a buscarnos!”

“Jesús vio una gran muchedumbre
y se compadeció de ella,
porque eran como ovejas sin pastor,
y estuvo enseñándoles largo rato”.

“La misión,
centrada en uno,
y en los recursos,
deja a la gente
abandonada.
No se acuerdan:
¡vayan sin nada!”

Poco sirve lo que hagamos,
¡por más bueno que sea!,
si no logramos
que la gente
se encuentre
con Él.
“¡Sólo Dios basta!”

Quien realmente ama,
“no cansa ni se cansa”.
No se trata, tanto,
de estar alegres,
sino de “amar mucho”,
con la paciencia
que todo lo alcanza.

De nada sirven
los aplausos
que inflaman.

(… la “rosa sin porqué” no se preocupa por ella misma sino por la gratuidad que debe llegar al corazón de los demás… con el Evangelio de hoy, San Marcos 6,30-34…)