¡Baja pronto!

¡Baja pronto!,
no te demores,
baja ahora
y desciende, de una vez,
a las alturas de la humildad.
Allí arriba, encaramado,
estás agonizando, aislado.

No te mientas,
no le eches la culpa a los demás,
que no es tu baja estatura
lo que hace que te estires,
acomplejado,
en puntas de pie,
es tu orgullo, es tu soberbia.

No te engañes,
no hagas relato
de la realidad,
ésa, tu nariz respingada,
tu voz impostada,
revelan,
tu complejo de inferioridad.

¿Quieres verme?,
¿quieres verte?,
¿quieres ver a tus hermanos?
¡Baja pronto!,
y me encontrarás,
te encontrarás,
los encontrarás.

¡Baja pronto!,
y hoy iré a tu casa.

Perdón, Señor, por querer medir
palmo a palmo el Misterio,
por contar los destellos
de las madrugadas,
anticipándome al sol,
y prestar mis sandalias
al viento incierto.

¡Baja pronto!,
y hoy iré a tu casa.

Perdón Señor, por pretender
bautizar cada ola,
ponerle nombre a cada grano de arena,
desplegar mis velas
controlando tu Aliento,
y navegar en tus mares
buscando en el agua tus huellas.

¡Baja pronto, Zaqueo,
y hoy me encontrarás en tu casa!

(… la #rosasinporqué no tiene problemas de bajar descendiendo a las alturas de la humildad, hermana mayor de la gratuidad… con el Evangelio de hoy, San Lucas 19,1-10…)