Aturdido por el metálico ruido

… aturdido por el metálico ruido
de las monedas,
encandilado por el áureo brillo
de sus reflejos,
absorto por la contabilidad
de mis arcas,
obsesionado por la exactitud
de los números y registros…

… lejos de todos y de mí,
distante de la alegría y de la vida,
indiferente a toda trascendencia,
encorvado sobre la mesa de impuestos,
fosilizado por las cosas,
sólo…

-“¡Sígueme!”

… ¿quién me habla?…
… ¿de quién es esa voz?…
… ¿acaso es un corazón
que me llama?…

-“¡Sígueme!”

…apenas levanté los ojos y te vi,
no lo dudé, lo dejé todo y te seguí…

… no sabía Quién eras
y te invité a compartir mi mesa…
… me llamaste enfermo y pecador, y lo era…

… fue entonces que descubrí
que no son los sacrificios los que deseas,
sino corazones que misericordeen
porque se dejan primerear
en el amar y perdonar…

“… no son los sanos
los que tienen necesidad del médico,
sino los enfermos…”
(Mateo 9,12b)

(… la “rosa sin porqué” se deja primerear por la gratuidad y, entonces, siempre misericordea… con el Evangelio de hoy, San Mateo 9,9-13…)