Asómate, alegría

¡Asómate, alegría,
y descolócame!

La vida me ha endurecido
y he perdido la inocencia de los niños,
la espontaneidad y la sonrisa.
Ya no me dejo sorprender
con el canto de los pájaros,
no salgo a jugar bajo la lluvia,
no me subo a los árboles.

¡Asómate, alegría,
y descolócame!

Me he hecho grande,
y ya no espero regalos
ni tiendo la mano.
Ya mis oraciones se han vuelto
largas y retorcidas,
no busco ser perdonado,
vivo quejoso y enojado.

¡Asómate, alegría,
y descolócame!

Mi mirada inspecciona,
fabrica medidas y condenas,
dejó de ser amiga.
Ya los días resultan largos,
insoportables y aburridos,
no salgo a buscar nada,
me he pausado, anulado.

Señor,
es que pronuncio nombres
que en mí no se han convertido
en tu Imagen;
cargo golpes
que en mí no se han convertido
en tu Ternura;
me llueven insultos
que en mí no se han convertido
en tu Humildad;
me cercan situaciones
que en mí no se han convertido
en tu Esperanza.

Señor,
ya estás cerca,
siempre lo estuviste,
¡conviérteme a la alegría
de tu amorosa Presencia!,

¡conviérteme en tu Imagen,
en tu Ternura, en tu Humildad
en tu Esperanza, en tu Alegría!
¡Conviérteme, Señor, en Ti!

(… la “rosa sin porqué” se alegra con la presencia y la cercanía de quienes ama porque vive de y en la gratuidad… con el Evangelio de hoy, San Lucas 3,2b-3.10-18…)