Acabo de terminar mi primera Misa,
Jesucristo, sumo y eterno sacerdote, Pastor bueno,
la presidió en mí, otra vez, configurándome
“sacerdote, altar y ofrenda” por y para Su pueblo.
Hace treinta y siete años
que acontece lo mismo distinto:
lo “bendijo, lo partió y lo dio”,
“sembrador”, “pescador”, “pastor” y “panadero”.
El santo Crisma de la consagración
se ha fundido con el sudor y el barro,
en niños, jóvenes, familias, enfermos y abuelos,
misterio prolongado del Dios cercano, encarnado.
Abrojado, deshilachado, embarrado y perfumado,
todavía tengo que aprender, ¡y cuánto!,
que es el amor desarmado, paciente y tierno,
el que Tú deseas, Señor, y no mi arrogante esfuerzo.
Aquí estoy, junto a Tu Madre,
sé que es por Ella que me miras,
y, de Su mano, con los Tuyos, mis hermanos,
queremos caminar juntos, escuchándonos.
(XXXVII° aniversario sacerdotal)
(… la “rosa sin porqué” es una parábola de la gratuidad que nos ayuda a comprender el misterio de nuestras vidas como un don que se recibe… con el Evangelio de hoy, día de la “llena de gracia, la más linda”, San Lucas 1,26-35…)