Aparece, inevitable

Aparece, inevitable,
la pegajosa melancolía,
que adherida queda
en los ayeres atardecidos,
cuando el corazón olvida
la gratuidad recibida
en tantos amaneceres.

Melancolía que llama
a la nostalgia corrosiva,
instando una ácida tristeza
con la murmuración como mueca:
queja, lamento, reproche, protesta,
preguntas infinitas y obsesivas
que no les interesa las respuestas.

“Ojalá el Señor nos hubiera
hecho morir en Egipto,
cuando nos sentábamos
delante de las ollas de carne
y comíamos pan hasta saciarnos.
Porque ustedes nos han traído
a este desierto para matar de hambre
a toda esta asamblea” (Éxodo 16,3-4)

Desiertos de afuera,
desiertos de adentro,
caminos sin sendas.
No añorar más las ollas
de carne y cebollas,
viandas de esclavos,
pan de los muertos.

Insatisfacción crónica
de este barro amasado
con fecha de vencimiento.
¿No es injusto querer,
desear, siempre más?
¿Utopías?, ¿fantasías?,
o ¿esperanza escondida?

“Yo soy el pan de Vida.
El que viene a mí jamás tendrá hambre;
el que cree en mí jamás tendrá sed” (San Juan 6,35)

(… la #rosasinporqué se alimenta y bebe de la gratuidad y queda completamente satisfecha… con el Evangelio de hoy, San Juan 6,24-35…)