… “caminante peregrino”, el ámbito de tu cuerpo es un misterio insondable… se genera en nueva luz, en asombrosa luz… ama y acepta el perfume de esas flores: acepta el rincón admirable de tu jardín… ¿pensabas que tu Señor no te conocía?… ¡cuánto descuido!… respiro profundo de Dios en la hondura inefable… ¿por qué temes?… alegría del arroyuelo… serenidad en el agua que corre y corre… hay un susurro escondido… existe tu lugar secreto, escondido…
… pequeño y buen amigo, pequeña y buena amiga, quizá la contemplación de ciertos espacios de vida puedan decirte aquello que las palabras no logran… lo que tu boca sólo puede callar… tu corazón contempla y descubre en esos rincones que aparecen por todas partes, que nunca faltan… y con los cuales siempre hallas una misteriosa y encendida comunión… si oras, connaturalizado estás con tu lugar…
… detente en tu “higuera”, en ese lugar que tú conoces y en el cual fuiste encontrado por tu Señor… mira y ve más allá, más allá de tus ojos, más allá de ti… en tu corazón verás más allá de ti… ahonda, luego de detenerte… en cualquier momento quédate dónde estás… es una práctica, un ejercicio: ¡detente!… el silencio está ahí… detente… hay un claro en el bosque por el que vas… aquiétate aquí y reposa, descansa sobre la hierba, a la sombra de esta higuera… nada más….
… entonces, ¡vamos!… ¡arriba!… ¡allí donde te encuentras ponte de pie y respira hondo!… con la “pequeña oración” de la mañana, y de cada momento, regresas a ese lugar de encuentro que te transformó la vida… sólo tú lo conoces y nadie más… tú y tu Señor… anímate, pues, a detenerte sin quedarte parado, que tu vida es caminar… que la oración es lo que te hace caminar… que caminar es lo que te hace orar… desayuna y matea con la Verdad del “pan del día”, (Juan 1,45-51: “… Yo te vi antes… ”)…