Al comenzar el día

… al comenzar el día,
preparamos el equipaje
que nos acompañará en la jornada
de aventuras o desventuras,
de logros o de fracasos…

… los ojos para ver,
los oídos para escuchar,
los labios para hablar,
las manos para trabajar,
los pies para avanzar,
el corazón para amar,
el espíritu para orar…

… todo preparado, ¡a empezar!…

… al apagarse el día
un rumor airado
corre por las calles
y se empoza
en las puertas cerradas…

… y nos preguntamos,
en soledad insomne:
¿habremos dicho
la palabra exacta
al mezclarla con nuestro barro?…

… ¿se habrá infiltrado
nuestro orgullo astuto
en gestos y miradas?…

… ¿nuestra impaciencia necia
estará pretendiendo irritar la noche
o adelantar la aurora de mañana?…

… pero el Señor
nos dice acariciándonos
la frente inquieta:
“la semilla de mi Palabra
germina en el barro humano,
crece entre orgullos fríos
y codicias calcinantes…
… no se impacienten,
¡mi Palabra sólo salva
al hacerse de esta tierra preparada
que la acoge, sepulta, devora,
espiga, muele y amasa!”…

“… estén preparados,
porque el Hijo del hombre
vendrá a la hora menos pensada…”
(Mateo 24,44)

(… la “rosa sin porqué” vive siempre preparada por la gratuidad para acoger con alegría y abrazar… con el Evangelio de hoy, San Mateo 24,42-51…)