… llegando al final de otro año,
realizo mi balance en números,
cautivo tan aficionado a contabilidades…
… dos y dos son cuatro:
¡es el tiempo de la madurez!,
pienso, actúo, avanzo…
… me siento dueño de la vida
y de mis propios recursos,
lógicos, seguros, consecuentes,
… invierto y gano…
… pero llega un día
en el que dos y dos
suman tres, dos, cero…
… me encuentro con los límites
de las personas concretas,
de las instituciones,
de mis propias creaciones,
de mi propia biografía…
… ¡no me cuadran las cuentas!…
… la confusión genera preguntas:
¿qué hago?,
¿qué sentido tiene mi vida?
¿me equivoqué de camino?…
… es el tiempo de la fidelidad,
aprendo a andar
con los remiendos al aire,
a querer a las personas
con sus manías recurrentes,
a entregarme a las instituciones
tan lentas y acartonadas,
a acoger las sombras de la vida…
… en un momento inesperado
mana tu Ternura y otras cuentas…
… dos más dos
son siete, diez, cuarenta,
una suma innumerable…
… más allá de los límites
está la vida incontenible
sonriendo por encima
de cercas y de clavos…
… el dinamismo del nosotros,
de todo lo que vive,
supera el contorno del otro,
y empiezo a sumar como propio
lo que antes veía como ajeno,
y lo mío se lo reparten tantos
que me siento inacabable…
… en el regalo diáfano del don
aparece escrito mi nombre…
… la mirada descubre plenitudes
asomándose por las heridas…
… ¡llegó la gratuidad sin cuentas
que nos acoge a todos
en sus brazos infinitos!…
“… Ana hablaba acerca del Niño
a todos los que esperaban
la redención de Jerusalén…” (Lucas 2,38b)
(… la “rosa sin porqué” hace su balance de fin de año con rostros, miradas, caricias y abrazos nacidos de la gratuidad… con el Evangelio de hoy, San Lucas 2,22.36-40…)