Qué bueno sería que aprendas a tener la boca cerrada hasta que sepas de qué estás hablando

… qué bueno sería que aprendas a tener la boca cerrada hasta que sepas de qué estás hablando… es que existe una manía a hablar mucho, y por desgracia, a opinar más allá de lo conveniente… es imposible que vivas aislado y cuesta reducir el caudal de información que te llega… existe una devaluación de la información, lo más sublime y lo más absurdo se encuentran, lo más grave y lo más superficial se mezclan, la cantidad de información hace que la calidad sea un lamento inútil… la reina es la audiencia, y la audiencia lo traga todo, lo digiere todo y al final todo se “orina”, porque es el modo de expulsar las neuronas fallecidas o aniquiladas… entre los daños colaterales de esta devaluación de la información se encuentra el valor de la palabra… este aluvión de palabrería tiene otro efecto secundario no menos dañino, ya no es sólo la palabra ajena la que pierde valor, sino también la propia… y sin embargo la palabra es una de las realidades humanas más profundas… para los cristianos es algo definitivo: la Palabra se hizo carne y compartió nuestros caminos, y se sentó en nuestra mesa para decirse, para darse… la palabra es signo humano para acariciar y soñar, es lugar de encuentro, de compromiso, de descanso, de ayuda, de lucha, de consuelo y de silencio… en la palabra puedes llegar a ser todo lo que eres, o puedes evaporarte como el aliento… porque la palabra no es sino el rostro arriesgado de vivir… la#rosasinporqué no habla de más en el camino, discierne cada palabra y cada silencio para desde la gratuidad encontrar siempre un acuerdo… ¿disciernes antes de abrir la boca o dices cualquier gansada?, ¿buscas escuchar y llegar a acuerdos mientras vas de camino con tus hermanos?… (con el Evangelio de hoy, San Lucas 12,54-59)…