… no hay gestos insípidos, porque no existen corazones de plástico… “la cantidad de mundos que con los ojos abres, que cierras con los brazos… la cantidad de mundos que con los ojos cierras, que con los brazos abres»… así expresa hermosamente Miguel Hernández la inmensa riqueza y la insondable miseria de los gestos… acariciar, a veces se trata de eso… mirar, abrazar, siempre se trata de esto… en tu mundo, en tu vida, en tu día a día… algo tan sencillo como eso: sonreír a quien está triste, apretar una mano, acariciar un rostro… ver, y aún más, mirar al otro… oír, y entonces escucharle… abrazar a quien se siente tan abandonado, tan abatido… estar ahí para los otros, y hacérselo saber… lo que hizo la Guadalupana con el humilde Juan Diego: “no se entristezca tu corazón, ¿acaso no soy Yo tu Madre que estoy aquí?”… es fácil decir que hay que ser delicado, que hay que “tener tacto”… con el cuerpo, con las manos, se expresa tanto… ternura, rechazo, apertura, protección, interés, acogida, vinculación… a veces se te va la vida en palabras, palabras y mil palabras, pero hace falta que “hables” también con los gestos… porque hay veces que una caricia da más confianza que mil versos, que un abrazo es la mejor respuesta a quien llora, o la mejor felicitación a quien ríe… empieza a tender puentes desde unas manos abiertas, unos ojos y oídos atentos… la #rosasinporqué dice más con sus pétalos al viento sobre la gratuidad, que mil discursos con palabras y oratoria perfectas… ¿son tus gestos resonancia de los latidos de tu corazón agradecido?, ¿eres capaz de no pronunciar palabras y sin embrago decirlo todo?… (con el Evangelio de hoy, San Lucas 1,39-47)…