… no es cuestión de ser optimista compulsivo, ni pesimista crónico… se trata, en cambio, de enfrentar la realidad no desde tu ombligo ni desde tus ilusiones, sino desde “ese horizonte” que llamamos fe y que se otea en la oración antes del alba… “Padre, te alabo cuando mi amor pones a prueba… yo sé que Tú bien sabes lo mucho que me cuesta lo que es decirte ‘sí’, cuando el ‘no’ me da las vueltas… lo que es quedarme en Ti, cuando por mí yo ya me fuera… lo que es tu espíritu seguir, cuando por dentro mi carne se rebela… lo que es tu tiempo permitir, cuando el momento otro tiempo no tolera… lo que es tu voz oír, cuando el que tienta agudiza mi sordera… lo que es velar y no dormir, cuando despierto el corazón no se me queda… Padre, yo te alabo y aunque bien ya lo sabes, y tu voluntad no va a ser otra sino ésta, sé que aún me dejas confesarte mi rechazo y mi flojera… mas cuando miro tu amor que está a la puerta, y espío en su rendija el tamaño de tu espera, descubro que pusiste en mi dolor la llave que te abriera… te alabo aún más y, entonces, ya tan sólo a decir me atreva: ‘guarda tú mi ‘no’, hasta que al menos sea un tímido ‘hazlo’, que asoma, si quiera…”… la “rosa sin porqué” alaba sin cesar la gratuidad que la hermosea… ¿eres un optimista compulsivo, un pesimista crónico o un hombre/mujer de oración?, ¿rezas nada más o tienes vida de oración?… (con el Evangelio de hoy, San Mateo 11,25-27)…