… me gusta mucho rezar así: “Señor, puedo hallarte más allá de las fronteras, de las noches, de las dudas… porque Tú vienes a mí, ¡Eterna Sorpresa!, ¡Regalo de Dios!… yo no sé si te escondes o te manifiestas en repetidas y maravillosas sendas… yo sé que en lo oculto estás Tú: ¡siempre!”… ¿te has preparado para las sorpresas?… te preparas para las sorpresas, renunciando a imaginar “lo que sea” pero deseándolo ardientemente… porque no interesa tanto “lo que sea”, sino “quien” te sorprenda… el regalo puede hacer olvidar la mano y el corazón de quien regala… ¿y tú qué esperas esta vez?… seguramente esa sorpresa que no llega todavía y, sin embargo, ya la tienes en tu mano… la gratuidad es callada y austera, siempre sorpresa donde menos se la aguarda… pero llega llena de luz, es luz… no rebusques, simplemente disponte a abrir tu corazón y a dejarte sorprender… la gratuidad es una hondura, que no imaginas… no podrías imaginar igual perfume, porque lo más sabroso es, también, lo más recogido y silente… en los regalos lo que parece más grande es lo menos seductor…. porque lo más grande puede ser lo más pequeño y viceversa… hay quienes porfían por lo vistoso o ambicionan siempre ruidos nuevos… deja en silencio el ámbito de tu caminar agradecido, porque no puedes decir lo que es preciso callar… la #rosasinporqué no se queda encerrada en sí misma, al estar habitada por la gratuidad siempre sale de sí y saluda con alegría a todos… ¿estás habitado por la gratuidad o por la mezquindad?, ¿saludas o ignoras a quienes te encuentra por el camino?… (con el Evangelio de hoy, San Lucas 1,39-45)…