Las ventoleras del desierto dejan los caminos desolados

… las ventoleras del desierto dejan los caminos desolados… ¿qué ocurre cuando muerdes la arena que golpea tu rostro?… describir estas sacudidas en la «nada», no es posible… escapa a cualquier intento y poco importa, lo sabes muy bien pues lo has aprendido en tu casa… no allá lejos, sino en tu casa… sí, en tu casa: porque las cosas importantes se aprenden en la casa donde uno habita… por eso el desierto está en casa, aquí mismo, sin distancia… pero si arriba sopla ese viento despiadado, debajo, sí, debajo está la paz… las superficies son harto movedizas y, por lo mismo, cambian y mueren… así, tristemente, también, los superficiales… no tienen consistencia, casi no son… si buscas lo que «es», lo que sostiene, has de descender a la hondura donde puedas hallar la verdad, la bondad y la vida… lo más cierto no es lo más manifiesto, ni lo más difundido, o querido, o «común»… lo más cierto siempre se halla escondido, como el tesoro en el campo… tu vida no es una historia de cáscaras o de superficies, o de simples cosas exteriores… “… Padre, cuando mi amor pones a prueba yo sé que Tú bien sabes lo mucho que me cuesta… lo que es decirte ‘sí’, cuando el ‘no’ me da las vueltas… y cuando miro tu amor que está a la puerta, y espío en su rendija el tamaño de tu espera, descubro que pusiste en mi dolor la llave que te abriera…”… la “rosa sin porqué” no es superficial, hunde sus raíces en la gratuidad que la sustenta… ¿construyes sobre roca o sobre arena?, ¿buscas sólo hacer las cosas bien o quieres ser bueno de corazón?… (con el Evangelio de hoy, San Lucas 6,43-49)…