¿Existe una alegría insobornable?

… ¿existe una alegría insobornable?… es que no quiero la alegría de la diversión que tiene precio y propaganda, esa que se alquila como evasión fugaz de pasatiempo, esa que se consume en noches de derroches… quiero tu alegría, Señor, esa que no tiene precio, ni puedo seducirla, que es un don para ser acogido y regalado… esa alegría sorprendente, más unida al perdón recibido que a la perfección farisaica de las leyes… esa que se gesta en la persecución por tu Reino, y no en el aplauso de los jefes… esa que crece al compartir lo mío con los otros, y se muere al acumular lo de los otros como mío… esa que se ahonda al servir a los hermanos más que al ser servido como maestro y amo… esa que se multiplica al bajar Contigo al abismo humano, y se diluye al trepar sobre cuerpos despojados… esa que se renueva al apostar por un mañana inédito, y se agota al contabilizar las cosechas del pasado… tu alegría, Señor, es humilde y paciente y camina de la mano de los niños… concédeme, Señor, la sencilla alegría, la que es hermana de las cosas pequeñas, de los encuentros cotidianos y de las rutinas necesarias… la que se mueve libre entre los grandes, sin uniforme ni gestos entrenados, como brisa sin dueño ni codicia… ¡necesito la alegría insobornable de tu Presencia misericordiosa e inmerecida!… la “rosa sin porqué” disfruta de la presencia permanente de la gratuidad en su vida, nada ni nadie puede enlutar sus días… ¿cuál es la alegría que deseas y necesitas en tu vida y en tu familia?, ¿te preparas para la alegría?… (con el Evangelio de hoy, San Juan 16,20-23ª)…