Ese día, ¡qué Día!

… ese día, ¡qué Día!, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, la piedra que sellaba la sepultura fue quitada… al atardecer, de ese mismo día, ¡qué Día!, estando las puertas cerradas por temor… qué manía ésta de sellar y de cerrar puertas, de encerrar la vida por temor a lo que pueda pasar… como si para cuidar la vida feliz alcanzara con retenerla circunscripta a lo que está al alcance de nuestro saber y entender… no se llega a los balcones de la felicidad amasando ladrillos con soberbia y apilándolos estratégicamente para ascender y dominar…no se cuida lo que se ama restringiéndolo sino dejando crecer… viento, signo de la vida… fuego, signo de la vida… viento que sopla donde quiere y cuando quiere… fuego que enciende otros fuegos con tal que una llama o una chispa se desprenda… el viento no se encierra porque deja de soplar, el fuego no se encierra porque se apaga, la vida no se encierra porque muere… Señor, yo vivía encerrado sin darme cuenta… piedras que sellaban mi corazón, puertas cerradas para proteger mi individualismo… y, ahora que me encierran, comprendo la necesidad de dejar de fabricar utopías que se desmoronan y recibirte, humildemente, dónde quieras, cuando quieras y cómo quieras… ven, Señor, ven… la “rosa sin porqué” recibe la gratuidad y desde ella y con ella abre las puertas cerradas y sale, aunque se queda… ¿qué puertas aún mantienes cerradas?, ¿piensas que por no poder salir estás encerrado?… (con el Evangelio de hoy, San Juan 20,19-23)…