… en puntas de pié me asomo a la ventana y te descubro, María, en los quehaceres de la casa… pensaba descubrirte en oración, pero te veo con la escoba en la mano y como danzando no sé con qué música que te ilumina el rostro de alegría… ¿estás esperando a alguien que arreglas todo como si fuera para una fiesta?… ¿es a José, tu prometido, al que esperas, aunque él sólo se quedará en la puerta?… ¿o es que siempre haces lo mismo porque eres disponibilidad entera para quien llega?… ¿qué pasa?, ¿con quién hablas?, ¿no hay nadie en la sala?… no escuché los pasos de nadie, aunque sí un batir de alas… ¿por qué abres las manos?, ¿a quién abrazas?… ¿pasó algo?, ¿te duele algo?, ¿por qué sonríes y encierras un beso en la palma de tu mano y te acaricias la panza como una mamá embarazada?… dejas la escoba, buscas el cántaro para ir hasta el pozo a buscar agua, como si nada… ahí afuera, en un banco, con una rosa blanca en la mano, te espera sentado José, a quien tanto amas… apenas te ve se pone de pie y corre jovial a tu encuentro… José te toma de las manos, te sorprende regalándote la rosa blanca, y te saluda como siempre: “María”… tú lo miras a los ojos, porque lo amas, y sin saber por qué, le respondes: “la esclava”… la #rosasinporqué fue el regalo de José a María sin saber por qué… hoy, mejor no hacer preguntas… (con el Evangelio de hoy, San Lucas 1,26-38)…