Desciende

… desciende
a las alturas de la humildad,
y supera la pegajosa superficialidad
de la instalada mediocridad;
ingresa a la solitaria cueva,
para la Voz de tu Dios escuchar…

… y una vez allí
serás llamado a salir,
a adentrarte en la intemperie,
dejando tu seguridad, tu refugio,
tu apoltronado confort,
para, otra vez, Su Voz escuchar…

… pasaran vientos violentos,
terremotearán tu diario pasar,
se encenderán fuegos ancestrales,
pero en ellos nada encontrarás;
vendrá una sueva e insignificante brisa,
y un susurro del Magnífico te acariciará…

“… sopló un viento huracanado
que partía las montañas
y resquebrajaba las rocas delante del Señor;
pero el Señor no estaba en el viento;
después del viento, hubo un terremoto,
pero el Señor no estaba en el terremoto;
después del terremoto, se encendió un fuego,
pero el Señor no estaba en el fuego;
después del fuego,
se oyó el rumor de una brisa suave…”
(1Rey 19,11-12)

“… ‘Señor, si eres Tú,
mándame ir a tu encuentro
sobre el agua’…”
(Mateo 14,28b)

… necesidad de encuentro,
de mirarnos a los ojos,
de sostener la mirada auditiva
y la audición visual;
sensibilidad cordial
de enamorados…

… y, si la pretenciosa vanidad,
deseosa de certezas reflejas,
o las tormentas atormentan,
y empieza la falta de sustentabilidad
a succionarme y a ahogarme,
Señor: ¡tómame de la mano y sálvame!…

“… como empezaba a hundirse,
gritó: ‘Señor, sálvame’;
en seguida, Jesús le tendió la mano
y lo sostuvo…”
(Mateo 14,30b-31a)

(… la “rosa sin por qué” vive del suave toque de la gratuidad para valorar los verdaderos encuentros… con las lecturas de ayer, Domingo XIX° A, 1Rey 19,9.11-13a y San Mateo 14,22-33…)