… cuanto más pequeña es tu vida, más grande es la gratuidad en ella… cuanto más grande es la gratuidad, y más pequeño eres tú, más grande eres en verdad… no se trata de ocupar lugares, ni de pretender tronos, ni de forzar puestos o de ostentar charreteras… no es cuestión, nunca lo es, de medir nada, ¡todo es simple y directo!… la pretensión de “grandeza” va preñada de soberbia… en cambio, siendo niño eres humilde y confías… ¡y este es un magnífico ejercicio para tu corazón!… ¡confiar!, y más cuando está nublado… con la misma certeza de que el cielo está por encima de las nubes, siendo niño, te arrojas en la gratuidad… los niños nos enseñan que no se confía en una “ausencia” sino en una “presencia”… ellos “saben” que papá y mamá “están”, aunque no los vean… el amor que han recibido, y reciben, les hace percibir con toda evidencia, y certeza, esa presencia de amor gratuito… parece que estas demasiado viejo y te falta un corazón de niño, un sueño, un juego que te permita ver y confiar… ¡regresa a casa!, vuelve a ser niño otra vez… la #rosasinporqué confía y se abandona en la presencia de quienes la aman, la gratuidad la mantiene niña toda la vida… ¿eres como un niño que confía sin poner reservas?, ¿te engríes y te agrandas por unos aplausos?… (con el Evangelio de hoy, San Lucas 9,46-50)…