Amada mía

“Amada mía, no sé si esta oración debo dirigirla a Ti o al Dios del amor que te puso en mi vida… ¡es imposible estando a tu lado no elevar el corazón a Dios y, a la vez, separarlo de Ti!… ¡amada mía, luz de mis ojos!… ¿cómo fue que nos conocimos?… ¡vaya si lo recuerdo!… han pasado los años, el Niño ya no es niño, y las imágenes y los sonidos se han mantenido tan frescos que parece que fue ayer… ¿por qué estando a tu lado parece que nada envejece?… fue una mirada en el aire nazareno impregnado de azucenas… fue una mano tendida aliviando el pesado cántaro con el que buscabas agua entre los olivares… fue una palabra de gratitud que aún resuena en mis oídos… ¡Tú dándome las gracias a mí, un sencillo y pobre carpintero!… no sé por qué me sentí desde entonces dichosamente responsable de tu vida… cuidarte, cobijarte, acompañarte… ¡fue tan rápido y tan nítido!… sabía que nunca más las sombras que oscurecen los sueños me visitarían… no sé cómo pero amanecía en mi vida esa luz que todo ilumina y que es propiedad del Altísimo… es verdad que vinieron muchas noches, pero junto a Ti terminaron siendo más transparentes que el mediodía… mirarte es mi descanso, escucharte es mi consuelo… ¿ya te dije que te quiero mucho?… sí, por supuesto… pero necesito decirlo como necesito del aire que respiro… ¡María, te amo!… no sé qué será de nuestras vidas… Tú me dijiste que cuidemos al Cordero que un día será Pastor y, ¡no lo entiendo!… pero Tú sabes que no temo las quebradas oscuras porque el Señor está Contigo y, entonces, conmigo… te traje en este día tan solo un lirio, ¡esos del campo!, y estas flores de nardo que misteriosamente retoñan en mi cayado… amada mía, luz de mis ojos… ¡María, te amo!”… la #rosasinporqué hoy le dejó el lugar a quién le enseño la gratuidad…