… ¿cómo quieren que no llore?… si le bajé sus ojos, que no se habían cerrado… quité las espinas que lo habían coronado, y las sostuve en mis manos junto con los clavos… dos recuerdos que el hombre me dejó regalados, y dos honores que mi Hijo para mí había ganado: amor y dolor, para siempre entrecruzados… ¿cómo quieren que no llore?… si tomé su Cuerpo y lo acerqué hasta mi regazo: era el Cuerpo de ese Niño que acuné entre mis brazos… tenía el peso de la entrega y el precio del pecado… tenía el peso de los hombres a quienes tanto Él había amado… ¿cómo quieren que no llore?… ¿por qué les resulta tan difícil a ustedes ser amados?… ¿será que el amor a las madres nos lleva hacia los cuatro costados y en cruz, como a mi Hijo, así nos pone: brazos abiertos, pies bien clavados, los ojos al cielo, y en la llaga miles de hermanos?… ¿cómo quieren que no llore?… si seguí con mis manos ungiéndolo en llanto, y recorrí la ruta que las heridas marcaron, llegando a la gruta que abrió en su costado… allí me detuve, no pude evitarlo… mis manos temblaban de sólo tocarlo y pronto mis labios quisieron besarlo… los latidos lo habían, hace un rato, dejado pero aún lejos se oía: “tengo sed de abrazarlos”… era el Corazón de mi Hijo que no se había parado: “Madre ahí tienes a tus hijos”, Tu puedes abrazarlos… la “rosa sin porqué” sabe llorar y abrazar, porque no deja de gratuitamente amar… ¿respetas como sagradas las lágrimas de las madres?, ¿sabes llorar tus pérdidas o no te permites que las lágrimas te enternezcan?… (con el Evangelio de hoy, San Lucas 7,11-17)…