… había perdido la vista y, si bien ya no veía, recordaba con nitidez ciertos rostros, ciertas miradas, ciertas sonrisas, imposibles de olvidar que, en la memoria viva del corazón se proyectaban una y otra vez… como entonces cuando veía, y cerraba los ojos, y escuchaba cercana la voz amada, pero que no estaba… volver a pasar por el corazón, recordar, era su vida, y no se lamentaba pero ya no veía… un día lo llevaron sus amigos ante no sé quién, que lo tomó de la mano… ¡qué calor en esa mano!, ¡qué confianza que le daba!, ¿de quién sería?… en su memoria no veía, ningún recuerdo le venía… de repente, siente húmedos sus ojos, y no de los sollozos que hace tiempo le brotaban… esa mano le pregunta lo inesperado: “¿ves algo?”… y, temeroso, levantó los párpados y no eran ya los recuerdos sino sus ojos los que hablaban: “veo hombres como árboles que camina”… otra vez, esa mano, sobre su ceguera ya no tan ciega… y sin haberlo pedido, pero si deseado y querido, el que había quedado ciego recuperó la vista… qué emoción, que alegría, ¿de quién sería esa mano amiga?… era Jesús, que le ordenó volver a su familia que lo quería y no al “pueblo” donde había perdido la vista… la #rosasinporqué necesita de la familia, para ver desde la gratuidad todo con claridad… ¿ves la vida y la realidad desde tu familia?, ¿alguna vez ye has quedado ciego por ir al “pueblo”?… (con el Evangelio de hoy, San Marcos 8, 22-26)…